Yo suspiro. Mucho.
Y, me doy cuenta, es solo cuando me siento descontento.
Suspiro cuando estoy frustrado por las estadísticas y no puedo entender el código en la pantalla de mi computadora. Cuando me siento en clase durante tres horas y sueño despierto de todas las cosas productivas que podría estar haciendo. Cuando estoy confundido por la literatura de investigación que compite en el escritorio frente a mí. Cuando estoy disgustado por los comentarios ignorantes de alguien.
Pero ¿por qué lo hago? ¿Ayuda a regular mi respiración cuando estoy estresado? ¿Es una acción subconsciente que hago para expresar a quienes me rodean que estoy ansioso o molesto? Tal vez un botón de reinicio mental, por así decirlo?
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De hecho, puede ser una combinación de los tres.
En una serie de estudios, Teigen y sus colegas de la Universidad de Oslo exploraron el contexto en el que las personas suspiran: ¿cuándo lo hacen las personas y cómo lo perciben los demás?
Primero, los investigadores distribuyeron cuestionarios a los participantes para explorar qué palabras “emocionales” están asociadas con el suspiro: ¿activo frente a pasivo? ¿Intenso contra moderado? Además, se les preguntó con qué frecuencia suspiran y si lo hacen solos o en compañía.
En general, los experimentadores notaron que los suspiros están asociados con un estado de ánimo negativo: un signo de decepción, derrota, frustración, aburrimiento y anhelo. No es demasiado sorprendente. Además, los estudiantes informaron que suspiran en público con tanta frecuencia como lo hacen en privado, lo que sugiere que puede que no sea una forma de comunicación, per se.
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A continuación, los investigadores hicieron que los sujetos se imaginaran cuatro escenarios: alguien suspirando entre un grupo comiendo en una cafetería; sentado al lado de alguien en un banco que suspira; viendo a una persona abrir una carta y luego suspirar; y escuchar a tu amigo suspirar en el extremo opuesto de una conversación telefónica. ¿Cómo percibieron los sujetos cada escenario? Los investigadores también les pidieron que compararan los sentimientos asociados con ellos mismos suspirando contra otros que lo hacen.
En cada uno de los cuatro casos, los participantes imaginaron que las personas estaban suspirando por sentimientos negativos diez veces más a menudo que por razones positivas. Además, cuando los demás suspiran, se percibe como tristeza, pero cuando suspiramos, lo hacemos por frustración.
Por último, los experimentadores presentaron a los participantes uno de dos rompecabezas: uno solucionable pero difícil, el otro imposible (pero aparentemente simple). Se les indicó que trabajaran todo el tiempo que quisieran y que se rindieran en cualquier momento si lo deseaban. Los suspiros fueron contados por los observadores.