Cuando yo era teísta, no recuerdo haber estado enojado con nadie por tener creencias diferentes. A cada uno lo suyo, y como una oscura minoría religiosa (bahá’í), estaba acostumbrado a no tener creencias comunes. A veces me sentía frustrado cuando las personas ni siquiera conocían sus propias creencias, es decir, las personas que se consideran a sí mismas de cierta religión pero que no saben mucho acerca de ellas y ciertamente no saben mucho sobre otras religiones (probablemente la mayoría de las personas).
Ahora que soy ateo, me enojo más frecuentemente, pero generalmente solo sobre un tema específico: cuando los teístas afirman que no puedo ser moral porque la autoridad moral debe venir de Dios. Suspiro. Sin embargo, debo agradecerles, ya que esto tiene el beneficio involuntario de inspirarme a ser lo más moral posible, a pesar de ello.