Dos jóvenes se pelearon y se pelearon.
Uno tiene éxito al poner el otro en el suelo y lo sujeta. El joven que fue inmovilizado, levantó las manos en señal de derrota y reconoció que, en verdad, fue derrotado. Ahora, en lugar de que el vencedor se levante, optó por continuar sentado en su afirmación de que no irá a ningún lado olvidando que al inmovilizarlo, él, el vencedor, tampoco irá a ninguna parte.
Esto es lo que sucede cuando no perdonamos. La persona por la que estamos guardando rencor incluso podría haber avanzado, pero todavía estamos allí aferrándonos. He aprendido a lo largo de los años que el perdón es un bálsamo que sana no solo a los perdonados, sino también a los que perdona.
Cuando perdonas, dejas ir y demuestras que eres mayor y que te has elevado por encima de lo que esa persona pudo haberte hecho. Perdonar significa perder peso de ira y odio, así como la amargura que te rodea cuando te ofendes. Sueltas lo negativo y prosperas en lo positivo.
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Cuando perdonas, has demostrado amor y sabes lo que hace el amor. ¡Hace que el mundo gire!