Cuando era más joven y recién salido del ejército, me acerqué a una mujer joven sentada en el bar y le pregunté cómo le estaba yendo, mientras le daba mi mejor sonrisa. Lentamente se volvió para mirarme completamente, sonrió con nostalgia y me arrojó la bebida a la cara.
Para la gente del bar, por supuesto, fue alboroto. Cuando limpié el hielo, el líquido restante y la mitad de la lima de mi cara y mi ropa con la pequeña servilleta ofrecida por un simpático borracho cercano, estaba pensando, realmente odio la lima, siempre lo hice.