A veces tu cerebro no requiere razones para procesar. ¡Que irónico!
La razón es que ya se ha fijado una impresión sobre esa persona o cosa. Y no es fácil reemplazarlo con cosas positivas.
Por lo tanto, tendemos a disgustar a alguien sin ninguna razón y, a la inversa, nos gusta alguien que nos perjudica.
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