Recientemente me reconecté con alguien que, en el transcurso de nuestro conocimiento, me dijo que tuvo una infancia idílica, con amor, comodidades, juguetes, viajes y padres atentos.
Tanto es así que ahora él se resiente de que sus padres le hayan dado expectativas irreales de cómo es una buena relación (sus padres son como una unidad, y aún están muy cerca después de casi 50 años de estar casados), de cómo debe ganarse la admiración en la mayoría mundo, y de cómo todos no bailarán a tu ritmo todo el tiempo.
Está plagado de narcisismo e inseguridades, arremete si alguien no está de acuerdo con él (como resultado, tiene pocos amigos reales que van más allá de los buenos tiempos), no puede formar relaciones y es extremadamente volátil.
Hay tal cosa como demasiado idilio. Las dificultades y el “no” ocasional nos dan una mejor forma para el mundo real.
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